Estamos casi a finales de 2024, y aunque a todos nos avergüenzan algunas canciones de nuestro Spotify Wrapped, ver Persona 3 Reload como mi segundo juego de Xbox más jugado del ha sido para mí el verdadero puntazo.
Esas 132 horas no deberían haber sido tan sorprendentes. Después de todo, este juego es el primer JRPG que he jugado de principio a fin. Recuerdo que acaparó la mayor parte de mi tiempo libre en febrero, como demuestra el hecho de que fuera mi mes de mayor actividad en la consola según la aplicación de Xbox. Tardé la friolera de 86 horas en darme cuenta de que estaba disfrutando de Persona 3 Reload, pero si miro atrás y veo cómo ha evolucionado mi actitud general hacia los JRPGs en el último año, me doy cuenta de que ha sido fundamental para reformar todo lo que pienso sobre el género, y por eso estoy inmensamente agradecido.
Verdades caseras
(Crédito de la imagen: Atlus)Refinado y revitalizado
(Crédito de la imagen: Atlus)
Persona 3 Reload, que vuelve después de 17 años, es la forma por excelencia de disfrutar de un clásico de los JRPG modernos.
Te oigo hervir detrás de la pantalla, querido lector, así que para que quede claro: no, no estoy diciendo que me avergüence de haber jugado y amado un JRPG. Más bien, al igual que «One Of Your Girls» de Troye Sivan fue mi canción más escuchada en 2023 a pesar de mi nula afinidad con el artista, no me di cuenta de cuánto tiempo había invertido en Persona 3 Reload hasta que mi Xbox me lo explicó.
En retrospectiva, debería haberlo visto venir. Desde convertirme en un feroz protector de personajes que en un principio detestaba hasta lidiar con la singular jugabilidad de combate por turnos y simulación social de P3R, en el pasado me he deshecho en elogios sobre lo inesperadamente brillante que me ha parecido. Pero la verdad es que siempre he tenido una relación complicada con el género en sí, y Persona 3 Reload ha acabado con todos esos prejuicios inconscientes. Bueno, la mayor parte.
A pesar de lo mucho que sé que pueden variar de un juego a otro, los mejores JRPG siempre me han parecido una especie de entidad colectiva. Un monolito temible en el que los titanes consagrados se unen a otros éxitos de nicho para formar una bestia gargantuesca y legionaria, a la que me intimidaba demasiado enfrentarme hasta hace poco. Es un miedo con el que estoy seguro de que todos los jugadores se identifican: el miedo a ser una mierda en algo nuevo, y mitigar esa vergüenza evitándolo. Aparte de la desalentadora tarea de empezar a jugar a un JRPG, también admito que tengo un pequeño bagaje asociado que viene de la infancia.
Estamos casi a finales de 2024, y aunque a todos nos avergüenzan algunas canciones de nuestro Spotify Wrapped, ver Persona 3 Reload como mi segundo juego de Xbox más jugado del ha sido para mí el verdadero puntazo.
Esas 132 horas no deberían haber sido tan sorprendentes. Después de todo, este juego es el primer JRPG que he jugado de principio a fin. Recuerdo que acaparó la mayor parte de mi tiempo libre en febrero, como demuestra el hecho de que fuera mi mes de mayor actividad en la consola según la aplicación de Xbox. Tardé la friolera de 86 horas en darme cuenta de que estaba disfrutando de Persona 3 Reload, pero si miro atrás y veo cómo ha evolucionado mi actitud general hacia los JRPGs en el último año, me doy cuenta de que ha sido fundamental para reformar todo lo que pienso sobre el género, y por eso estoy inmensamente agradecido.
Verdades caseras
(Crédito de la imagen: Atlus)Refinado y revitalizado
(Crédito de la imagen: Atlus)
Persona 3 Reload, que vuelve después de 17 años, es la forma por excelencia de disfrutar de un clásico de los JRPG modernos.
Te oigo hervir detrás de la pantalla, querido lector, así que para que quede claro: no, no estoy diciendo que me avergüence de haber jugado y amado un JRPG. Más bien, al igual que «One Of Your Girls» de Troye Sivan fue mi canción más escuchada en 2023 a pesar de mi nula afinidad con el artista, no me di cuenta de cuánto tiempo había invertido en Persona 3 Reload hasta que mi Xbox me lo explicó.
En retrospectiva, debería haberlo visto venir. Desde convertirme en un feroz protector de personajes que en un principio detestaba hasta lidiar con la singular jugabilidad de combate por turnos y simulación social de P3R, en el pasado me he deshecho en elogios sobre lo inesperadamente brillante que me ha parecido. Pero la verdad es que siempre he tenido una relación complicada con el género en sí, y Persona 3 Reload ha acabado con todos esos prejuicios inconscientes. Bueno, la mayor parte.
A pesar de lo mucho que sé que pueden variar de un juego a otro, los mejores JRPG siempre me han parecido una especie de entidad colectiva. Un monolito temible en el que los titanes consagrados se unen a otros éxitos de nicho para formar una bestia gargantuesca y legionaria, a la que me intimidaba demasiado enfrentarme hasta hace poco. Es un miedo con el que estoy seguro de que todos los jugadores se identifican: el miedo a ser una mierda en algo nuevo, y mitigar esa vergüenza evitándolo. Aparte de la desalentadora tarea de empezar a jugar a un JRPG, también admito que tengo un pequeño bagaje asociado que viene de la infancia.
Cuando crecí en Hong Kong, a los niños expatriados no les gustaba nada jugar a JRPG (aparte de los mejores juegos de Pokemon). Una regla tácita gobernaba tanto el patio de recreo como nuestras consolas, decretando que los JRPG, el anime y el manga eran para tres tipos de personas: los niños locales, los viejos espeluznantes que examinaban con disimulo la sección de adultos al fondo de las tiendas de DVD y los occidentales empeñados en venerar el arte, las mujeres y la cultura japonesa y del sudeste asiático hasta el punto de fetichizarlos. Era un sentimiento tan generalizado en mi colegio que no recuerdo que nadie dijera abiertamente que jugaba a JRPG, aunque, mirando atrás, estoy seguro de que sí lo hacían. Recuerdo que me alarmaba tanto que mi primo, que vivía en Inglaterra, fuera un gran fan de Final Fantasy, que instintivamente me sentía incómodo estando cerca de ellos sin motivo aparente. Estaba convencido de que los JRPG no eran para mí ni para nadie como yo y, por decirlo sin rodeos, interactuar con ellos me daba asco.
Frente a la música