Call of Duty: Black Ops 6 ofrece una vívida imagen del poder y la política tras la Guerra Fría. La clase dirigente de Washington DC -contribuyentes de campaña, periodistas cansados y congresistas- se agolpa en un teatro decadentemente vestido, esperando la llegada de Bill Clinton. Su campaña presidencial de 1992 está en marcha, y el gobernador de Arkansas espera que su discurso atraiga la atención de estos poderosos del partido demócrata. Debajo del podio, oculta bajo capas de hormigón, se encuentra la Estación Central: un lugar negro secreto de la CIA, y su misión es infiltrarse en él. «Intentamos ofrecer la fantasía de espionaje definitiva», afirma Natalie Morskie, productora principal de Black Ops 6.
Cómo llegar hasta allí y extraer sano y salvo a un Russel Addler detenido depende de ti. «Queremos que tengas varias opciones para completar los objetivos», dice el director creativo John Zuk. La planificación comienza en un piso franco, un espacio para explorar alianzas incómodas formadas en medio de una conspiración global, mejorar el equipo requisado fuera de los canales oficiales y evaluar las opciones de la misión desde un tablero. «Hay múltiples formas de utilizar el sigilo social», dice Morskie. «Chantajear a la mujer de un senador, ir de incógnito como periodista o piratear una subasta silenciosa». Pero incluso los planes mejor trazados pueden salir mal, y ahí es donde Black Ops 6 cambia el sigilo por el espectáculo con el seguro desactivado, y donde esta nueva producción de Treyarch y Raven Software demuestra una fuerza propulsora que Call of Duty perdió hace tiempo.
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