Después de jugar tres horas a Stalker 2 y morir de todas las formas imaginables, estoy deseando recomendar este shooter postapocalíptico a (casi) todos los fans de Fallout que conozco.

Si hay una serie de juegos tan definida por su brutalidad como Stalker, aún no he muerto en ella. Su escenario, la zona de exclusión que rodea la central de Chornobyl, es aparentemente hermoso. Pero sus exuberantes campos verdes están salpicados de radiación y fenómenos mortales llamados anomalías, que van desde columnas de fuego que brotan del asfalto agrietado hasta torbellinos invisibles que pueden arrancarte del suelo en cualquier momento. Los bandidos, atraídos a la Zona por las riquezas sobrenaturales creadas por la catástrofe, están listos para matar a los visitantes en cualquier momento, mientras que los vibrantes campos de amapolas esconden una fauna mutante que no es muy exigente con lo que come.

A pesar de todo, me moría de ganas de volver a sacar mi contador Geiger. Han pasado 15 años desde el último juego de la serie, Call of Pripyat, y en ese tiempo pocos juegos han sido capaces de igualar la sombría experiencia de supervivencia de The Zone. Pero antes de poder jugar a la esperada continuación de la serie, Stalker 2: Heart of Chornobyl, que se lanzará en noviembre, me preocupaba que la nueva entrega redujera parte de su crudeza en un esfuerzo por atraer a un público más general; al fin y al cabo, se ha convertido silenciosamente en uno de los principales juegos de Xbox Series X de 2024, ya que Microsoft Gaming se ha asociado con la desarrolladora GSC Game World para traer Stalker al mundo.

En retrospectiva, esas preocupaciones eran muy estúpidas. Hace poco visité GSC Game World en Praga -donde la mitad del equipo se ha trasladado debido a la invasión rusa de Ucrania- y en las tres horas de Stalker 2 que pude jugar, el juego se volvió casi cómico por lo poco que se preocupa por el jugador. En un momento dado sobreviví a un tenso tiroteo con tres bandidos, sólo para morir cuando no pude vendar a tiempo una herida sangrante. Más tarde, un intento de cazar a una banda de hombres buscados por sus recompensas fracasó cuando el sonido de los disparos atrajo a una manada de perros salvajes, que decidieron que yo era el acosador más sabroso del grupo y me despedazaron. En otras ocasiones ni siquiera me arriesgué a luchar, pues prefería sobornar a los bandidos para conseguir una pista clave antes que malgastar mi limitada munición luchando contra ellos para conseguirla.

Si hay una serie de juegos tan definida por su brutalidad como Stalker, aún no he muerto en ella. Su escenario, la zona de exclusión que rodea la central de Chornobyl, es aparentemente hermoso. Pero sus exuberantes campos verdes están salpicados de radiación y fenómenos mortales llamados anomalías, que van desde columnas de fuego que brotan del asfalto agrietado hasta torbellinos invisibles que pueden arrancarte del suelo en cualquier momento. Los bandidos, atraídos a la Zona por las riquezas sobrenaturales creadas por la catástrofe, están listos para matar a los visitantes en cualquier momento, mientras que los vibrantes campos de amapolas esconden una fauna mutante que no es muy exigente con lo que come.