Esto debería ser fácil. Trico es tu compañero, ¿verdad? El pájaro-gato gigante te protege de estatuas asesinas, te eleva a lugares de otro modo inaccesibles y te hace compañía en un viaje solitario y peligroso. ¿Seguro que todo el mundo quiere a Trico? Pues no.
Algunos de los que jugaron a The Last Guardian llegaron a odiar a la bestia quimérica más que a cualquier villano. En cierto modo, es comprensible.
Siempre son los callados
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(Crédito de la imagen: Future, Remedy)
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Trico es, digamos, testarudo, y no siempre responde de forma predecible al joven protagonista del juego. En teoría, él (el niño se refiere a Trico como «él») obedece órdenes básicas, lo que le permite guiarle por los alrededores o decirle que salte por los huecos o se sumerja bajo el agua. En la práctica, puede sentarse y rascarse la oreja. A veces se queda con la mirada perdida mientras usted le arroja barriles de comida hacia la boca y éstos rebotan en su cara y luego ruedan a algún lugar del que no se molesta en recogerlos.
Trico puede incluso arrancarle accidentalmente de la plataforma en la que está, o quedarse dormido encima de usted, inmovilizándole contra el suelo. Pero todos tenemos amigos así. Trico, en definitiva, tiene mente propia, y aunque a veces las rutinas de la IA sean espasmódicas, de eso se trata. The Last Guardian trata de la creciente relación entre el niño y la bestia, y cuanto más tiempo pasas con el zoquete emplumado, más te comprende.
Muchos juegos nos recompensan por comportarnos como turistas con derecho en el extranjero, gritando instrucciones y esperando resultados instantáneos. Trico necesita paciencia y comprensión, como un perro herido cuya confianza hay que ganarse, aunque sea uno muy grande que podría caerse y aplastarle. Al final, el vínculo con esta criatura única en su especie es real: moriría por usted, ingrato.
Por muy torpe que pueda ser, tiene suerte de tenerlo.
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