No se me da bien el Frostpunk. Aunque las cosas parezcan ir bien, sólo hace falta que algo vaya mal para que el resto de mi ciudad cubierta de hielo se desmorone y un sinfín de pobres ciudadanos caigan enfermos, se congelen y mueran. Esperaba lo mismo cuando me disponía a probar Frostpunk 2, la esperada secuela de construcción de ciudades de 11 bit studios, para la que los directores habían asegurado a la sala que no era ninguna vergüenza poner el juego en modo «Fácil» y que, de hecho, probablemente deberíamos hacerlo por el bien del evento.
Decidido a redimirme de mi titubeante experiencia con el primer juego, no hice caso de este consejo y, al principio, me pareció una mala elección. Morí dos veces en la sección del tutorial hasta que finalmente cedí y decidí que masacrar a las pobres crías de foca por comida era un sacrificio que merecía la pena para progresar en el juego. Lo siento, pequeñines. Sin embargo, me sorprendió descubrir que, a partir de ese momento, las cosas eran sorprendentemente asequibles, con nuevos sistemas que parecían ayudar a la supervivencia de mi ciudad en lugar de significar su perdición.
Frostpunk 2 arranca 30 años después de su predecesor, poniéndote en la piel del administrador de la ciudad, que ha asumido el cargo tras la muerte del anterior capitán. Nada más ponerte en marcha, todo va mal: el generador no hace nada para mantener a todo el mundo caliente en un mundo aún helado, por alguna razón no hay viviendas a pesar de que la ciudad lleva ahí algún tiempo, y todo el mundo te odia. ¡Genial! Esto no hace que tu primera tarea importante -aprobar un voto de confianza- sea especialmente fácil, ya que tienes que hacer grandes promesas para que los ciudadanos consideren siquiera darte una oportunidad.
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