Voy a contaros una historia con moraleja, una moraleja que os mantendrá vivos cuando os hagáis con Shadow of the Erdtree a finales de este mes. Imaginaos la escena: he tenido la suerte de recibir un anticipo del próximo contenido descargable Elden Ring y he pasado casi una hora explorando el asentamiento del castillo de Belurat, un conjunto de ruinas decrépitas que se elevan sobre parapetos desgastados por el tiempo y los elementos. Y no soy un turista amistoso, que va alegremente cuerpo a cuerpo con cualquier cosa que me mire de reojo, y lo digo literalmente. Como ya comenté en mi carta de amor a las nuevas artes marciales de Shadow of the Erdtree, mi introducción por defecto a cualquier nueva forma de vida en Belurat es darle un puñetazo en la nariz, y quizá un par de patadas en la entrepierna si se presenta la ocasión. Claro, los golpes individuales no hacen mucho, pero eso no es un problema cuando se desencadenan con la furiosa velocidad de un pájaro carpintero demasiado cafeinado.
Todo esto me infunde una sana confianza cuando me acerco al primer muro de niebla, limpiando la sangre y las vísceras de mis nudillos humeantes. Apenas he usado ninguna otra arma hasta ahora, pero ¿para qué arreglar lo que no está roto? En el patio más allá de la niebla dorada, la Sombra de la Bestia Divina Erdtree León Danzante arremete contra mí, unas fauces dentadas enmarcadas por miembros retorcidos y relámpagos crepitantes. Sin miedo, devuelvo la embestida, convencido hasta el tuétano de que la victoria será mía.
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