En el poco tiempo que he pasado con The Plucky Squire, he salvado un cohete de la chatarra, he utilizado al hijo de ese cohete para desplazarme en jetpack por un mundo de juguete, he visto a unas ovejas amantes del heavy metal rockear en la ladera de una montaña y me he adentrado en un futuro futurista de desplazamiento lateral para conseguir un sello de goma con el poder de detener el tiempo. Dado que todo esto ocurrió en apenas 45 minutos, empiezo a pensar que el paquete completo podría ser otro ejemplo de algo que se está convirtiendo rápidamente en un principio de diseño muy apreciado.
En el sexto capítulo del juego, no estoy del todo al tanto de todo lo que me ha traído hasta aquí, pero me dirijo a una montaña de rock and roll, trepando por las páginas de la estética 2D de The Plucky Squire. Sin embargo, algo se interpone en mi camino: una máquina industrial que se mueve rápidamente y amenaza con hacerme picadillo si intento atravesarla. Así que, naturalmente, me animo a salir de las páginas del libro y adentrarme en el mundo tridimensional que me rodea.
The Plucky Squire se mueve entre lo plano y lo físico con bastante frecuencia, animándote a saltar del libro al mundo. Ese mundo es el escritorio que rodea al libro, cubierto de bloques, juguetes y objetos mundanos y cotidianos que convierten este nuevo entorno en un auténtico patio de juegos de plataformas. Sin embargo, al saltar de un lado a otro, puede que mi objetivo me obligue a volver a entrar en el plano 2D, saltando al arte que hay en el lateral de una taza o un juguete, o simplemente a un dibujo diferente, para poder avanzar.
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