Más de 40 años después, Stop Making Sense sigue siendo la experiencia cinematográfica definitiva

«¡Hola! Tengo una cinta que quiero poner». Estas palabras, ya legendarias, las pronuncia David Byrne al comienzo de la película de conciertos Stop Making Sense (1984) sin ninguna bravuconada, algo a lo que contribuye la sencilla puesta en escena del músico de pie con una guitarra sobre un fondo liso. Pero cuando empieza a rasguear al compás de la canción clásica de los Talking Heads «Psycho Killer», queda claro que, a pesar de la cruda sencillez de esta escena, estamos ante algo realmente especial.

Durante las últimas cuatro décadas no ha sido ningún secreto que la película del grupo es una obra maestra, a menudo considerada como la mejor película de conciertos jamás realizada. A lo largo de los años muchas se han acercado, desde Shut Up And Play The Hits de LCD Soundsystem hasta otra de Byrne – American Utopia, pero ninguna ha alcanzado las cotas establecidas por este triunfo seminal. Sin embargo, mientras rodaban los créditos de una reciente proyección especial de la nueva edición remasterizada de la película de A24 en el BFI IMAX, me di cuenta de que Stop Making Sense no es sólo la mejor película de conciertos, sino también la mejor experiencia cinematográfica.

Quemando la casa

dejar de tener sentido

(Crédito de la imagen: A24)

Como nos dice Nicole Kidman en el ahora infame anuncio de AMC, vamos al cine en busca de «magia… para reír, para llorar, para preocuparnos… por esa sensación indescriptible que tenemos cuando las luces empiezan a atenuarse y vamos a un lugar en el que nunca antes habíamos estado». Sin embargo, no se trata sólo de perderse en la propia película, sino también de compartir esa maravillosa experiencia con los desconocidos que se sientan a su alrededor. Al fin y al cabo se trata de comunidad, ya que sollozamos juntos, nos deslumbramos juntos y reímos juntos en la comodidad de la oscuridad. Y así, me pregunté: ¿en qué proyección he sentido más este vínculo especial? Pues bien, la respuesta era tan clara como el agua: Stop Making Sense, no una sino dos veces.

De hecho, no había oído hablar de la película hasta 2014, cuando trabajaba como voluntaria en el Festival Internacional de Cine de Leeds en su 28ª edición. El sábado me asignaron la tarea de gestionar las puertas en su evento de todo el día titulado ‘Once In A Lifetime – A Day Of Classic Music Concerts’. Proyectando una serie de películas entre las que se incluían 1991: The Year Punk Broke y Awesome: I Fuckin’ Shot That, el Leeds Town Hall había sido completamente transformado para aportar una atmósfera de festival. Los asientos habituales habían sido sustituidos por tumbonas, mientras que en la parte trasera había un bar en el que también se servía comida callejera. Tras comprobar las entradas, se permitió a los voluntarios quedarse a ver las películas, así que vi a grupos de la talla de The Beastie Boys hacer de las suyas en la pantalla mientras merodeaba junto a la puerta.

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Pero entonces empezó a sonar Stop Making Sense y el ambiente de la sala cambió de repente. Los miembros del público empezaron a cantar, golpeando con los pies junto con los de Byrne, y muy pronto las sillas fueron desplazadas a los lados de la sala para dejar espacio libre para el baile. Me quedé paralizada no sólo por la película en sí, sino por cómo reaccionaba el público; al final alguien se dio cuenta de que me balanceaba en un rincón y me arrastró a la mezcla. Todo el ayuntamiento se movía en unión – no importaba quién fueras en esa sala, todo el mundo estaba conectado, compartiendo una sensación de euforia. Parece barato calificarlo de experiencia espiritual, quizá incluso religiosa, pero eso es sencillamente lo que era: una santa comunión.

Una vez en la vida

stop making sense

(Crédito de la imagen: A24)

Desde entonces he pensado que la experiencia fue única. Bueno, así fue hasta la proyección especial IMAX del BFI de la semana pasada, en la que se volvió a reunir a una multitud de desconocidos en torno a Stop Making Sense. Al igual que antes, hubo cantos, bailes y alegría, mientras todos sentíamos una abrumadora sensación de euforia. En un momento dado, me di la vuelta sólo para ver a la pareja de adolescentes que estaban sentados detrás de mí, con lágrimas de felicidad en los ojos, cantando junto con ‘Take Me To The River’.

Todos los sentidos se activan al ver Stop Making Sense. Esto es algo que el remaster también ha realzado, dando vida a la película de forma aún más vívida que antes. La nueva mezcla de sonido le permite sintonizar con un instrumento concreto si lo desea, desde la batería de Chris Frantz hasta el bajo de Tina Weymouth. Puede ver las gotas de sudor goteando por la cara de Byrne mientras corretea por el escenario con ese famoso traje de gran tamaño, que en el IMAX nunca ha parecido más grande. Nunca olvidaré al moderador Spike Lee exclamando las dos sencillas palabras «traje de gordo» a un desconcertado Byrne durante el turno de preguntas y respuestas de la proyección, retransmitida desde el Festival Internacional de Cine de Toronto.

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Ver la remasterización de Stop Making Sense con ese público enfervorizado la semana pasada me recordó de qué trata realmente el cine: de la unión. Es una película muy especial por muchas razones, pero para mí es ese sentimiento de comunidad que crea lo que la convierte en algo que atesorar: es puro cine. 40 años después sigue siendo la misma de siempre y sin duda seguirá quemando la casa durante décadas más. Y ahora, ¿alguien tiene alguna pregunta?

Stop Making Sense se estrena ahora en los cines IMAX del Reino Unido y Estados Unidos. El estreno general es el 29 de septiembre.

Para conocer todo lo demás que le depara el año, consulte nuestra guía de todos los estrenos importantes de 2023.

Frenk Rodriguez
Frenk Rodriguez
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