Riverdale es una basura, según la opinión popular. Las críticas declaran que la serie de televisión -una adaptación de acción real de Archie Comics- es un drama adolescente cursi, basura, un placer culpable en el mejor de los casos; que está llena de líneas argumentales «ridículas» y diálogos «cringey». La gente en los foros la tacha de incoherente, poco realista, mal escrita, llena de «relleno»…
No lo entienden. Estas reflexiones no deberían plantearse como críticas. Deberían enmarcarse como elogios. Riverdale está pensada para que se vea así. Es irónico, subversivo y mucho más inteligente que la típica serie para adolescentes.
Impregnada de hiperrealismo, describe el tipo de vida de pueblo pequeño que se ve en otros dramas seriados a través de una lente atípica. Comparte rasgos con la saga seminal Twin Peaks, ambientada en un paisaje pueblerino igualmente inquietante. Empleando diálogos y actuaciones estilizados, David Lynch tomó tropos tradicionales de telenovela y los doblegó a su voluntad surrealista. Riverdale también canaliza la energía jabonosa, no sólo con fines satíricos, sino para rendir homenaje a lo que podríamos llamar «televisión basura».
A lo largo de sus siete temporadas, ha prosperado en la experimentación caótica, abordando temas diversos con el aplomo característico. Ha habido episodios musicales, saltos en la línea temporal e incluso viajes en el tiempo, con la última temporada transportando al reparto a la década de 1950; una exploración de la homofobia y el trato a las mujeres que nos recuerda hábilmente que hemos recorrido un largo camino, aunque aún quede distancia por recorrer. Y más en general, la serie ha sido una plataforma destacada para la representación LGBTQ+, además de ofrecer una representación estelar de las mujeres.
Riverdale también ha mantenido su relevancia aprovechando obsesiones contemporáneas como el multiverso y los superhéroes, burlándose astutamente de ellos y de otros fenómenos de la cultura pop. La serie nos reta a mirar más de cerca el contenido que consumimos, a entender lo que obtenemos de él y se pregunta audazmente si nos lo estamos tomando todo demasiado en serio. Y al mismo tiempo, sirve un entretenimiento inmensamente satisfactorio. Riverdale es pura genialidad, de hecho. ¿O soy sólo yo?
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