«¿Alguna vez pensáis en morir?» Cuando la rutilante Barbie bailarina de discoteca de Margot Robbie hace esta pregunta en plena fiesta en el tráiler de la carta de amor de la directora Greta Gerwig a la icónica muñeca, fue nuestro primer indicio de que la película podría estar explorando algunos temas más oscuros. Sin embargo, ¿darnos una crisis existencial en toda regla? Eso era algo que sólo esperábamos del último largometraje de Christopher Nolan, Oppenheimer, un profundo thriller psicológico que narra la historia del atribulado padre de la bomba atómica. Esa es la otra mitad de lo que cariñosamente se está llamando «Barbenheimer», y la gente planea ver ambas películas una detrás de otra, pasando un día en el cine. Pero resulta que la vida en plástico no es tan fantástica…
La campaña de marketing de Barbie ha sido un sueño febril rosa, con Ryan Gosling repartiendo juguetonamente el Kenergy y Robbie vistiéndose como varias Barbies de toda la historia en la gira de prensa. Los chispeantes tráilers también prometían diversión a raudales y, si bien es cierto que la película es absolutamente alegre en algunos momentos, tampoco teme sumergirse en temas más serios, abordando cuestiones relacionadas con la noción misma de la vida y la muerte.
(Crédito de la imagen: Universal)
Cuando seguimos a la muñeca de Robbie que funciona mal y abandona Barbie Land para entrar en el mundo real, la película da un giro a la izquierda quizá sorprendente. ¿Qué significa estar vivo? ¿Qué nos hace humanos? ¿Tenemos alguna vez verdadera autonomía? ¿Podemos alguna vez ser verdaderamente independientes? ¿Es la muerte lo único que nos hace humanos? ¿Somos simplemente juguetes de los que se puede deshacer fácilmente? ¿Cuál es nuestro papel en este universo? En serio, ¿cuál es el sentido de la vida?
A medida que Barbie se enfrenta a realidades espeluznantes, empieza a plantearse todas estas preguntas y más, lo que hace que el público también abra los ojos ante ellas. Sin duda, esta Barbie salió de la proyección llena de pavor existencial, subiéndose al tren de vuelta a casa en un silencio atónito, y luego quedándose despierta por la noche sin poder dejar de pensar en nuestra propia existencia.
Puede que eso no sea exactamente lo que el público que participa en Barbenheimer busca en Barbie, ya que la mayoría probablemente espera que actúe como terapia post-Oppenheimer, una fuerte dosis de dopamina tras pasar tres horas en la mente del atribulado físico J. Robert Oppenheimer, mientras reflexiona sobre si su invento destruyó el mundo. Aunque eso no ocurrió físicamente, la película se pregunta si lo hizo figuradamente, al igual que el propio Oppenheimer. Sus infames palabras – «Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos»- rondan cada fotograma.
(Crédito de la imagen: Warner Bros.)
Sin embargo, para mí, los temas compartidos en realidad hacen que el acontecimiento cinematográfico del año sea aún más un programa doble perfecto. Claro, estéticamente las películas de Gerwig y Nolan no podrían ser más diferentes, con Barbie brillando como una bola de discoteca y Oppenheimer perdiéndonos en los inquietantes y penetrantes ojos azules de la estrella Cillian Murphy. Pero, por otro lado, ciertamente comparten ADN a través de su exploración de la vida, la muerte y lo que significa ser humano. Aunque a primera vista parecen películas completamente diferentes, eso no es del todo cierto cuando se empiezan a desvelar sus múltiples capas, que ambos cineastas han elaborado con maestría.
Ambas le sacudirán hasta la médula, así que si este fin de semana va a Barbenheimear (eso hay que añadirlo al diccionario), asegúrese de que también se reserva algo de tiempo para echarse una buena siesta después. Créame, después de una crisis existencial cinematográfica de cinco horas, lo necesitará.
Barbie y Oppenheimer ya están en los cines. Para más información sobre las películas, puede leer nuestras entrevistas con los directores Greta Gerwig y Christopher Nolan.
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